Una mirada a la vida cotidiana de los excombatientes en Vista Hermosa

Las casas prefabricadas de madera y tejados rojos llaman la atención a llegar al espacio de reincorporación de la vereda La Cooperativa, en el municipio de Vista Hermosa, Meta. Este caserío, ubicado a menos de dos horas del casco urbano del municipio, quedó desolado tras la fuga de sus habitantes durante la primera década del siglo, debido a la decadencia de los cultivos de coca y a la crudeza del conflicto armado.

A partir de febrero del año 2016, los pobladores que se quedaron comenzaron a convivir con nuevos vecinos: los 329 excombatientes de las Farc, provenientes principalmente del Frente 39. Sus compañeros hicieron lo mismo en otras 25 zonas veredales extendidas por todo el territorio nacional, que en el Acuerdo de Paz se destinaron para que retomaran la vida civil.

Actualmente, 150 personas siguen viviendo en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Georgina Ortiz, bautizada así como un homenaje al nombre de la primera guerrillera de las Farc que murió a manos del Ejército en 1964, en una histórica operación militar en Marquetalia que se convirtió en el mito fundacional de esta exguerrilla.

El espacio territorial cuenta con baños colectivos, cocina, aulas de clase, el lugar para una futura biblioteca, una guardería, servicio de agua, energía eléctrica y plantas de tratamiento. Además de la actividad política, los habitantes del lugar se dividen en tres principales proyectos productivos: el cultivo de sacha inchi,  una especie endémica colombiana de la que producen aceite, en la vereda Guaimaral; el de caña de azúcar, en la entrada del ETCR, y el desarrollo del turismo, aún en planeación. Hay también actividades profesionales individuales, como los escoltas, que recibieron capacitación y fueron contratados por la Unidad Nacional de Protección, y los carpinteros.

El cultivo y procesamiento de caña hace parte de “Caña para la Paz”, uno de los dos proyectos productivos registrados en la actualidad ante el Consejo Nacional de Reincorporación, del que hacen parte 45 personas que están a la espera de su aprobación, según la Oficina del Alto Comisionado para la Paz.

La estructura del espacio se ha transformado en el último año. En marzo de 2017, la única casa construida ya estaba en el predio antes de la llegada de los excombatientes. La mayoría dormía en cambuches, la vía de acceso era precaria y no había agua potable. En agosto, la Defensoría del Pueblo demostró preocupación debido al señaló el potencial que había en el espacio para epidemias y riesgo de serpientes, además del reporte de enfermedades como gastroenteritis, afecciones dermatológicas y fiebre. La entidad también reportó  la contaminación de un caño aledaño, ocasionado por el funcionamiento deficiente de la planta de tratamiento de aguas oscurasnegras.

“En la estructura tenemos dos cosas importantes. Fue muy acertado haber hecho el perforado de 103 metros, porque necesitamos para buscar agua. Y la luz eléctrica que nos llega aquí, nos colocaron una planta. De resto, todo nos quedó a medias”, afirma ‘Ernesto Aguilar’ -cuyo nombre de pila es Desiderio Vargas-, encargado del ETCR en la ausencia de Jairo González Mora, también conocido como ‘Byron Yepes’, quien será representante del partido político Farc en la Cámara por Bogotá.

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Foto:  Juan Gómez

La mayor incertidumbre en relación a la infraestructura es la disponibilidad del predio, pues el gobierno lo rentó a un particular, así como lo hizo para los demás ETCR. Este debe ser un tema prioritario en el diseño de la política pública de reincorporación, coordinada por la ARN, pues de la disponibilidad de las tierras depende la ejecución de proyectos productivos que hoy están en formulación.

Las remesas de alimentos que envía el gobierno llegan de forma regular y un grupo de excombatientes cocinan para todos sus compañeros, que a su vez les pagan por la labor. El almuerzo de un sábado de marzo era casero y bien preparado, con un sancocho de pescado, arroz, garbanzos y carne. Para beber, avena. La cocina está en el área más alta del ETCR, al lado de la única casa que ya existía antes de la zona veredal y cerca a la planta eléctrica. También conviven en el espacio perros criollos, -que piden con la mirada pedazos de carne que disputan para el almuerzo-, y pollos.

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Foto:  Juan Gómez

Entre el color blanco y beige de las casas prefabricadas se destacan diseños en rojo alusivos al partido Farc y a ilustres miembros de la exguerrilla, como sus fundadores Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas. Flores y tendederos de ropa delinean los pasillos entre las residencias, donde habitan los excombatientes con un sencillo estilo de vida. En la pieza habitación de una joven, de la decoración austera del dormitorio destaca una foto y una gorra alusivas a su militancia en la Juventud Comunista.

Los límites del ETCR de La Cooperativa se extienden a las cercanías de la vereda, donde viven algunos excombatientes vinculados a proyectos productivos específicos que han encontrado por su cuenta. Un grupo de cerca de 30 personas se mudó a una casa localizada a unos 40 minutos en motocicleta del espacio territorial, en la vereda Guaimaral. Allá, en una finca arrendada, se dedican al cultivo de 22 hectáreas de sacha- inchi. La expectativa de salir adelante mediante un proyecto productivo es un factor importante en la decisión de quedarse en el territorio.

“Muchos de los compañeros se han ido porque de pronto han sido muy demorados los diseños (de proyectos productivos). Llegar con los proyectos y encajarlos de una vez, es así como se convence a la sociedad. Lo que me ha mantenido es la visión sobre el proyecto”, cuenta José Vladimir Lenin Alarcón Peña, de 47 años, señalando que algunos excombatientes se van a visitar a la familia, pero regresan periódicamente.

El ETCR Georgina Ortiz cuenta también con un proyecto piloto de educación, financiado por el Consejo Noruego para Refugiados y liderado por la Universidad Distrital, con profesores de esa universidad y de la U.niversidad Pedagógica. El programa incluye clases como biología, ciencias sociales y matemáticas y la aplicación de un examen de convalidación del bachillerato. Alarcón Peña es uno de los estudiantes, quien afirma que quiere aprender para después enseñar. “El conflicto ha cortado la posibilidad del estudio. Comencé después de viejo, pero no es tarde para uno aprender”, dice Peña.

Otra estudiante del grupo es Angie Catherine Rodríguez, de 22 años, quien no fue parte de la guerrilla, pero se unió al ETCR por estar casada con un excombatiente. “Terminé mi estudio hace aproximadamente siete años, acá tomo un repaso de lo que he visto. Lo que no me acuerdo voy aprendiendo un poquito más”, cuenta la joven, embarazada de tres meses. “Mi expectativa es trabajar juntos acá, sacar los dos niños adelante, trabajar fuerte para tener nuestras cosas”, añade Angie.

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Foto por: Fernanda Barbosa

Durante el día, las clases y las comidas son momentos de encuentro entre los excombatientes. En las noches, el punto más concurrido dentro del ETCR es otro: el bar Farriemos, un emprendimiento de algunos de sus habitantes. “Donde nuestra arma es la música y la fiesta es nuestro cuartel”, se lee en letras rojas sobre una de sus paredes, debajo de la flor que simboliza el partido Farc. Entre la decoración del lugar también están las figuras del Che Guevara y Charles Chaplin y la imagen de un apretón de manos, en contornos azules, como símbolo del Acuerdo de Paz.

La banda sonora es variada: comienza con canciones de Laura Pausini y Silvio Rodríguez, músicas de las Farc y otros ritmos bailables. Con luces de colores y cerveza fría se despide la noche y llega otra madrugada sobre el llano del Georgina Ortiz, en Vista Hermosa, Meta.

 

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